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por
Miguel Ángel Molinero Polo
Sábado,
día de inicio de la semana egipcia, y la primera que vamos a pasar
entera dedicados al trabajo en la tumba. Pero al llegar a Harwa nos
espera una sorpresa: no hay electricidad. Animo a las tres chicas del
equipo lagunero a que aprovechen para pasar por una experiencia que a mí
me impresionó mucho en mi primera campaña, cuando un día se fue la luz:
permanecer dentro, a oscuras y en silencio. No es una cuestión morbosa,
yo al menos no lo vivo así, pero sí es una situación a la que no puedo
comparar otras que me hayan sucedido. La oscuridad es absoluta, aunque a
esas horas de la mañana entra un cierto reflejo del sol por la puerta
principal, orientada al este. La mejor definición que se me ocurre es
que las tinieblas se hacen pesadas, especialmente cuando se ha pasado a
la Segunda Sala Hipóstila. El tránsito desde la cámara anterior está
marcado por el relieve en que Anubis coge la mano de Harwa y lo lleva
hacia el interior y esa imagen, que el equipo ha elegido como símbolo,
no puede dejar de influir en nuestro ánimo en ese momento.
Con
un cierto alivio nos ponemos al trabajo, iluminándonos con las linternas
frontales, las mismas que usan los espeleólogos, y que son parte
imprescindible de nuestro equipamiento. Pero el amor al trabajo y a la
epigrafía también tiene sus límites y tras dos horas a oscuras y con esa
iluminación mínima tenemos que decidir cambiar de ocupación. Para no
mover todo el material que teníamos ya extendido sobre tablas, ayudamos
a Mustafa, que lleva varios días trabajando en el patio, ocupado con los
fragmentos de decoración del vestíbulo. Esta sala había sido ocupada por
el Metropolitan Museum de Nueva York, en la década de 1920, para guardar
las piezas muy pesadas que aparecieron en sus excavaciones en la zona de
Deir el-Bahari y el-Assassif. Desde entonces su acceso había quedado
clausurado, y eso nos incluía a nosotros, que no podíamos utilizarlo
como sala de entrada a la tumba. Durante el año pasado, el Servicio de
Antigüedades trasladó su contenido a uno de sus almacenes en Gurna y
nosotros podemos por fin entrar a través de él.
Como
en otros lugares de la tumba de Harwa, los fragmentos de decoración
encontrados por el suelo del Vestíbulo tienen procedencias muy diversas.
Hemos podido devolver a su lugar original un gran bloque que pertenecía
a una jamba de acceso a la Segunda Sala Hipóstila, y que ha aparecido a
más de 50 m de su lugar original. No hay prueba más evidente de la forma
en que la tumba fue transitada, removida y saqueada en los siglos que
precedieron a la instauración de un sistema de protección de los
monumentos. La falta de electricidad y esta circunstancia nos han
permitido hoy una agradable ruptura en la rutina del trabajo previsto y
la posibilidad de dejar por un día los textos y trabajar con los
relieves que decoraban el Vestíbulo y el patio. Como en cada lugar de la
tumba, los escultores han vuelto a sorprendernos con su capacidad para
crear sutiles variaciones y que cada elemento sea particular, tenga una
personalidad diferenciada y vida propia.
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