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por
Miguel Ángel Molinero Polo
Desde
ayer teníamos pendiente una visita a la tumba de Montuemhat, a la que
amablemente el director de su excavación, el Dr. F. Gomáa de la
Universidad de Tübingen y su colaborador, el Dr. J. Martínez, habían
invitado a todo el equipo. Su portada se alza a escasos metros del
aparcamiento de Deir el-Bahari, convertida ahora en un gran arco de
adobe. Todos los que han venido como turistas a Egipto han tenido que
pasar por delante de ella, sin saber lo que ocultaba esa puerta, extraña
a la imagen más común de la arquitectura del Valle del Nilo.
Montuemhat
ocupó cargos idénticos a los de Harwa un poco de tiempo después de él, y
tomó como modelo la tumba de su predecesor, aunque ampliando la
concepción general de una manera que podemos calificar de descomunal. Su
complejo funerario es uno de los más grandes de Egipto, lo que puede dar
una idea, en este país de construcciones gigantescas, del tamaño del
monumento que hemos visto hoy.
Sus
propias dimensiones han impedido que fuera recubierto completamente por
la tierra, y su visibilidad hizo que los saqueadores centraran en él su
actividad. Una gran parte de sus maravillosos relieves están repartidos
ahora por todo el mundo, mientras miles de fragmentos se amontonan en
sus salas. Diversos arqueólogos han intentado durante el siglo pasado
progresar en su restauración, pero la tarea se les ha resistido. Para
mayor desgracia, un incendio provocado accidentalmente por saqueadores
en la década de 1980 ha ennegrecido sus paredes y provocado pérdidas en
sus inscripciones. Hace falta mucho valor y seguridad para atreverse a
aceptar este trabajo, como han hecho sus actuales responsables.
La
visita de Montuemhat era un momento esperado por el equipo de Harwa
desde hacía varios años. Poder contemplar desde el suelo los dos patios,
con sus lotos esculpidos descomunales abiertos al cielo, era algo que
habíamos soñado siempre que nos asomábamos desde arriba, tirados en el
suelo para evitar el vértigo. Caminar por su pasillo místico, que
imita en su recorrido la simbólica tumba de Osiris, se nos antojaba
inalcanzable. Pero, al mismo tiempo, imprescindible, porque Harwa creó
una estructura similar aunque, por desgracia, los escultores se
encontraron con tumbas más antiguas, desconocidas ya para ellos, que
tuvieron que respetar, lo que les obligó a deformar el plan original.
Para nosotros, en cierta forma, ha sido como entrar en la tumba de Harwa
que nunca fue. Al mismo tiempo, nos sentíamos orgullosos cuando
reconocíamos un rasgo tomado de aquélla, como si hubiéramos sido
nosotros sus creadores. Vaya desde aquí nuestro agradecimiento al actual
equipo de trabajo en Montuemhat, y nuestros deseos del mejor resultado
en su labor.
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