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por
Miguel Ángel Molinero Polo
La
cotidianeidad se impone hoy en mi comentario.
He pasado las horas de la
siesta trasladándome a la que será mi habitación definitiva. Milagros,
Noemí y Lucía quedaron instaladas definitivamente desde nuestra llegada.
Pero yo he tenido que esperar. Lo intuía, aunque la directora del hotel
nos hubiera asegurado que habría espacio para todos. Cuando decidimos
independizar la campaña epigráfica de Harwa, sabíamos que teníamos que
coordinarnos con el equipo del Proyecto Djehuty, que se aloja también
aquí, pues el Marsam no tiene capacidad para alojar a tantos
arqueólogos. No es por azar si nuestra llegada este año coincide con la
partida de nuestros amigos del equipo español, igual que en años previos
ellos venían cuando nosotros nos íbamos: unos ocupan los espacios que
dejan libres los otros. Pero eso puede tener sus ventajas, o al menos
las ha tenido para mí. Mi habitación estaba ocupada por Margarita Conde
y, al partir, me ha dejado sus cortinas de las ventanas, las telas que
cierran el nicho, convirtiéndolo en un armario y ¡una estantería! Tengo
una habitación de lujo, ahora, ¡muchas gracias, Marga!
Menos
agradable ha sido la sorpresa que nos ha dado el tiempo desde que
aterrizamos hace una semana. El calor es espantoso ¡y estamos a finales
de febrero! En anteriores campañas, que se desarrollaban en torno a las
Navidades, el frío era terrible, sobre todo por las noches. Había
momentos en que yo necesitaba tres mantas para poder dormir, pues la
cercanía del desierto hace descender dramáticamente las temperaturas
cuando se pone el sol. En esta ocasión, ni pijamas gruesos ni jerseys ni
camisas de manga larga han salido de las maletas. El interior de la
tumba, por fortuna, se mantiene relativamente estable, pero atravesar el
patio, a mediodía, supone un acto de valor casi heroico. ¡Y aún así
podemos darnos por contentos! En El Cairo, el aeropuerto está teniendo
problemas intermitentes por las tormentas de arena, el terrible jamsim
que mencionan con disgusto en sus relatos todos los viajeros del s. XIX,
y que este año ha llegado antes de lo que es habitual. Aquí, al menos el
cielo se ha mantenido claro hasta hoy, pero ya empieza a volverse
grisáceo por el polvo en suspensión. Mientras, los mensajes en los
teléfonos móviles nos han hablado de nevadas en la Península y ahora de
alertas por viento en Canarias.
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