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por
Miguel Ángel Molinero Polo
¡Hemos
tenido que sacar los jerseys de la maleta! Viernes de descanso, incluido
este alivio que nos han proporcionado la temperatura. No puedo decir,
ahora que ya está anocheciendo, que no haya hecho nada, pero ha sido un
día relajado. La conferencia de ayer nos permitió quedarnos en la orilla
oriental y disfrutar de la noche de Luxor: cena en un puesto callejero y
cervezas en un pub anglo egipcio.
Hoy,
en cambio, todo el grupo se ha dispersado y nuestras actividades tan
diferentes parecen un catálogo de qué se puede hacer aquí en un día
festivo. Lucía necesitaba unos artículos para su memoria de licenciatura
y se ha ido a la Chicago House, y ha quedado para pasar la tarde después
con los demás, en la ciudad. Noemí y Laetitia recorrieron el camino que
une Deir el-Medina y el Valle de los Reyes, aprovechando que ha
amanecido más fresco. Es una excursión preciosa, siguiendo la misma
senda que seguían los artistas que trabajaban en las tumbas reales, con
unas vistas impresionantes desde lo alto de los acantilados de Deir
el-Bahari. Milagros ha alquilado una bicicleta para visitar algunas
tumbas cercanas, como ha hecho Franco. Otra parte del equipo se ha ido a
la piscina de un Club y ya han regresado, completamente quemados por el
Sol. Por mi parte, nada me apetecía más que un día sin prisas, pues ya
llevamos tres semanas de trabajo y se notan. La única actividad
reseñable es que he tenido que acercarme a un negocio de
telecomunicaciones –de alguna forma hay que llamarlo–, pues tenía que
enviar un fax y algunos mensajes: las obligaciones con la universidad no
se detienen aunque me encuentre a varios miles de kilómetros. Tampoco ha
sido terrible, no hay que exagerar, y me ha permitido salir del hotel;
de lo contrario me habría pasado el día de la habitación al jardín y de
éste al ordenador. Como me ha acompañado Milagros, hemos aprovechado
para regresar caminando y extasiarnos en el paisaje de la orilla
occidental, con sus montañas horadadas de tumbas y la llanura cercada
por los restos de los templos funerarios. Es tentador dejar volar el
pensamiento e imaginar cómo pudo ser la zona en el Reino Nuevo, cuando
todos esos edificios estaban en pie, intercalados con los campos de
cultivo, como puntadas simbólicas que cosían Egipto y el cielo.
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LA FOTO
DEL DÍA |
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