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por
Miguel Ángel Molinero Polo
A
las 13.00 termina la primera parte de nuestra jornada de trabajo, la que
se realiza en la tumba. El horario no es arbitrario, está sujeto al
convenio laboral de los trabajadores egipcios. A partir de esa hora,
algunas misiones extranjeras continúan un tiempo más, contratando
algunos hombres en horas extras. En nuestro caso, la labor de la mañana
nos produce una información que requiere un largo proceso de
organización y almacenamiento y preferimos cortar en ese momento, pues
la tarea vespertina se prolonga con frecuencia más de cuatro horas.
Algunos
miembros del equipo, según el cansancio y el calor que haya hecho en la
mañana, prefieren regresar al hotel andando y no en el taxi baladi
(colectivo) contratado para que a esa hora venga a por nosotros. No son
siempre los mismos, lo que da una cierta variedad al regreso, pues cada
grupo formado en ese momento tiene diferentes elecciones de ruta, de
posibles paradas.
La
caminata suele hacerse por en medio del poblado de Sheikh Abd-el Gurna.
Es decir, que atravesamos una de las localidades más pintorescas de
Egipto. Las casas están construidas por encima y al lado de las tumbas
de los altos funcionarios faraónicos. Son numerosas las que utilizan
esas cámaras funerarias como lugar de almacenamiento, ya sea de
alimentos, enseres domésticos o animales. Esa situación, vivida desde la
infancia y durante generaciones, ha dado a los gurnauis una
personalidad muy particular. De este poblado son los famosos Abd
er-Rasul que localizaron la cachette (el escondrijo) de las
momias reales, en un valle que nace a espaldas del grupo de viviendas
que esta familia sigue ocupando en la actualidad.
Iniciar
el camino es abrir una caja de sorpresas. Un día nos detiene uno de los
señores que trabaja con nosotros y nos ofrece entrar a tomar un té a su
casa; la conversación se hace entonces distinta a la que mantenemos en
la tumba: aquí son ellos los que están en su elemento y nosotros los que
disfrutamos con esa transmisión de su experiencia. Otro día salen niños
a vendernos algunas baratijas de las que ofrecen a los turistas, o
muñecas de tela, que a estas alturas se han convertido en una artesanía
local; naturalmente, ya no nos abandonan hasta que hemos recorrido medio
trayecto, olvidados por completo de su pequeño “negocio”. Podemos
decidir tomar un descanso visitando alguna de las tumbas, no porque
proporcionen un respiro a las temperaturas, pues las de Gurna son
pequeñas y no tienen volumen para que el aire dentro sea más fresco,
pero resulta una manera fácil de profundizar poco a poco en nuestro
conocimiento de la arquitectura antigua y, sobre todo, un deleite
visual. En otros momentos, un señor, nunca una mujer, trabaja junto a la
puerta de su casa y podemos contemplar el desarrollo de unas actividades
artesanales hace tiempo olvidadas por nuestra sociedad.
Si
no fuera por el cansancio, creo que todos preferiríamos regresar siempre
andando. Pero con frecuencia se hace difícil esa opción.
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LA FOTO
DEL DÍA |
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