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por
Miguel Ángel Molinero Polo
Decidimos
pasar el día en la biblioteca de la Chicago House. No me voy a extender
aquí en el significado para los epigrafistas de esta institución,
creadora del método más preciso de copia de los textos egipcios. La suya
es la mejor biblioteca de la ciudad, y se abre, acogedora, a los
integrantes de las misiones extranjeras durante su permanencia en Luxor.
Todos los miembros laguneros del equipo teníamos alguna obra que
consultar, ya fuera para resolver problemas relacionados con Harwa, ya
para estudios personales, así que consideramos que este viernes era una
buena fecha para ir, pues el siguiente, cercano al cierre de la
excavación, es posible que tengamos que pasarlo concluyendo en el hotel
informes, listados, resúmenes u otras tareas.
Levantarnos
a la hora convenida ya resultó a todos difícil. La noche anterior
habíamos estado en una recepción ofrecida por el Centro de Estudios del
Mediterráneo Antiguo de Varsovia, que excava y restaura el templo de
Hatshepsut, y habíamos regresado un poco tarde y a pie, pues no hay
taxis en medio de la necrópolis del Assasif, donde se aloja el equipo
polaco, a sólo unos metros de “nuestra” tumba.
La
hospitalidad de la Chicago House incluye invitar a sus visitantes a
comer con los miembros de su expedición. Las instalaciones son
espléndidas y ésa es una buena oportunidad para compartir dudas e
intercambiar información con otros colegas. Así que no sólo sirve para
consultar libros.
El
regreso por el zoco tiene más interés cuando no se carga con un
ordenador, de esos que sus fabricantes se empeñan en calificar de
portátiles. Además, la calle principal del mercado está ahora en obras
–¿es una maldición que nos ha caído sólo a nosotros o todo el mundo está
en reparación? Aquí no es un tranvía lo que se está construyendo sino
una cubierta metálica –imitación a madera– que intenta recordar las
imágenes de los zocos antiguos. De paso están reparando las tuberías, lo
que ha permitido que todo el espacio transitable esté ahora cubierto de
agua ¡y yo con 4 kg de ordenador encima! Aún así, a los amigos y
familiares del grupo les gustará saber que el paseo fue fructífero y
algunos se verán recompensados.
Al
llegar a la calle de la estación (también completamente levantada) vemos
una tienda de teléfonos móviles. Como se me había acabado la tarjeta me
acerco a comprar una, atravesando barro y arena. Veo entonces que,
pegado a la pared de los edificios, única zona libre de trincheras, se
acerca al mismo negocio el Dr. Otto Schaden, el descubridor de la
reciente KV 63, más rápido porque iba sin ordenador a la espalda y
caminando por un espacio más transitable. Cuando yo entro, está haciendo
ya su petición en árabe. El vendedor le pregunta en pésimo inglés el
valor de la tarjeta que desea. Él responde de nuevo en árabe y sólo
entonces el joven de la tienda se da cuenta de la lengua en la que le
está hablando, pero insiste en preguntarle en inglés por qué conoce su
idioma.
– Trabajo aquí –le dice
Schaden en árabe.
– ¿Dónde? –en inglés.
– “Biban el-Moluk” (el Valle de los Reyes).
El dependiente le pone cara de no saber de dónde le está hablando.
Murmura algo así como “¿Ingeniero?” sin mucha convicción.
– Este joven no lee los periódicos –le comento a Schaden.
– ¡Ah, buenas tardes! Pues no, parece que no –responde él. Y se despide
mientras camina guardando su compra en la cartera.
– Yo quiero también una tarjeta de recarga, de 50 libras –digo al joven.
– ¿También hablas árabe? –me dice mientras mira con ojos sorprendidos.
– Soy arqueólogo –respondo.
– Entonces, ¿trabajas en el Valle de los Reyes? –me lanza, mientras Otto
Schaden sale por la puerta, y alza ligeramente los hombros con cierta
desesperación.
Pensé que era mejor no entrar en muchos detalles sobre Harwa y el
Assasif. “No, cerca de Hatshepsut”, le digo, mientras yo también salgo.
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LA FOTO
DEL DÍA |
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